sábado, 25 de octubre de 2008

El tiempo que no miran los meteorólogos

Esta madrugada he despertado sobresaltado después de ejercer las tareas propias de un huérfano de decencia como lo soy y esta vez, excepcional, pero no única, acompañado de mi hermosa orquídea que tiene cuerpo de mujer y más neuronas funcionando que una convención de físicos nucleares. Permitan queridos detractores que sea en otra ocasión que justifique esta tan posesivo “mí” al referirme a la orquídea del sur que a veces me espanta la soledad con su aroma de café y sus rizos negros.

El punto es hoy que luego de llevadas a cabo las labores insalvables del encuentro y en ese singular lapso cuando los entendimientos lentamente y sin aviso alguno comienza a abandonarlo a uno (o al otro, qué más da), la mujer de la que tanto he hablado en estos dos párrafos y en muchos más a lo largo de los últimos años, formuló la pregunta que me haría volver al mundo de los vivos después de ese pequeña y deliciosa muerte: “¿Tendrás tiempo mañana de…?” Y ya el complemento de la frase no tiene la menor importancia. Lo que me he hecho despertar sin sueño y con una leve apetencia de café con brandy es esto mismo que he escrito dos renglones arriba. ¿Tendré tiempo? ¡Vaya con la pregunta! ¡Claro que tendré tiempo! Tendré como todos y cada uno de nosotros veinticuatro horas con sesenta minutos cada una de ellas. Como todos los días o casi todos los días de la vida, que hay que recordar que desde hace algunos años y por orden primero y por ordenanza después, dos días del año varían; uno teniendo veintitrés horas y otro veinticinco.

La reflexión no es gratuita ni tampoco es un golpe descarado de obviedad. Los sucesos se concatenan y luego se coluden para obligar a reflexiones que parecen ser tan fútiles como esta. Esta mañana, la anterior a la madrugada que corre en este momento, he pasado por la sastrería de Remigio a quien he encargado reducir un poco la chaqueta de gamuza que por cierto es la única que tengo. Y es que ya se viene el invierno en estas tierras boreales donde ahora habito y con la crisis global que nos agobia en estos días, he bajado un poco de peso, cosa de nada, unas cuarenta libras. Es por eso que la chaqueta ha tenido que reducirse igual que los salarios, la oferta de empleo, y hasta el culo de mi vecina, que no sé si esto último se deba a la crisis económica o a una ergonómica porque lo cierto es que se ha mudado al piso de a lado que es de una sola pieza y con una estancia chiquitica.

Decía pues que pasaba por donde el sastre tira las latas de cerveza vacías en un cajón de huevos “bachoco” para luego venderlas a dos dólares la libra. Esto se los cuento porque le he preguntado por mi chaqueta, sí, la de gamuza, la única que tengo, no podría ser otra aunque he pensado robarme una más nueva de los pijos de la oficina. El caso es que me respondido que no ha tenido tiempo estos dos días de arreglarla. Sí, cuarenta y ocho horas, que son dos mil ochocientos ochenta minutos ¿De dónde carajos saca cara este Remigio para decir que no ha tenido tiempo? El tiempo lo ha tenido ¡eso es más evidente que el tercer teorema de Femat! O quizá no sea tan evidente, esta duda es lo que me ha puesto a reflexionar… y de estas reflexiones os haré participes el lunes, que hoy tocan otras cosas.

1 comentario:

xnem dijo...

Como siempre todo es relativo, hasta el tiempo.

Algunos miramos

estehttp://weather.yandex.ru/?city=8181

Pero solo de vez en cuando, no hay que hacerle mucho caso.